La niña de mis ojos dijo que se estaba dando cuenta de lo importante que es una madre. Empezaron a brotar todas esas lágrimas que llevaba tiempo acumulando. Me regaló esa noche, la del destino, porque hay confesiones que requieren digerirlas en compañía. Ya no cuento los días que faltan para volver a verla porque está en cada rincón de la casa. La amargura ya no sube por la garganta cuando digo su nombre, sé que continúo presente en su vida y que me quiere, eso me basta. Empieza a comprender lo que una madre está dispuesta a aguantar por esconder una verdad que hiere. Solo espero no tener que morir para volver a reencontrarme con ella.
Me da igual dónde duermas, sabes que ésta sigue siendo tu casa.